Después de las elecciones.
Mi amigo el marroquí.
Llorar de alegría y de tristeza y una cosa me lleva a la otra, en un ir y venir continuo.
Después de escuchar a Zapatero la noche en que se conoció nuestra victoria, comencé a pensar en mi amigo el marroquí.
Las últimas palabras del presidente fueron para los que tienen menos, los más desfavorecidos y que carecen de las necesidades que hoy consideramos básicas.
Sentí una alegría agridulce, de muy dentro.
Conocí a mi amigo en una tienda china, de esas en las que puedes encontrar de todo.
El hombre cogió un racimo de uvas de plástico. En mi afán por descifrar historias que vienen en clave, lo seguí por la tienda. Cruzamos la mirada durante unos segundos. Sus ojos oscuros me trajeron recuerdos antiguos. Mi madre nació en Marruecos, en ese polvoriento Marruecos español que casi nadie recuerda.
Cogí una chuchería cualquiera y al ir a pagar, Él se puso delante en la cola. Puso encima de la mesa lo que quería comprar. La china lo miró de arriba abajo y le dijo que se levantara la chaqueta, que seguro que llevaba algo más y quería llevárselo sin pagar.
Él le enseñó todo y bajo la chaqueta, sólo llevaba una riñonera y dentro bastante dinero para pagar mucho más de lo que había cogido.
Le defendí como pude ante la china cabreada, se disculpó diciendo que estaba harta de que la robasen.
Él me agradeció mucho que lo hubiera defendido y yo le dije que en el fondo éramos casi paisanos. Hablamos de pueblos del Norte de África, de Melilla, del café, del té, de cosas sencillas que los dos compartíamos.
De esto han pasado por lo menos dos años y nos seguimos saludando cuando nos cruzamos. Somos vecinos. Él vive en una furgoneta en el aparcamiento de enfrente de mi piso. A veces me hago la despistada para que no se de cuenta que lo he visto. Busca cosas en los contenedores de basura, hierros, trastos que luego guarda en su furgoneta, juega al “Tetris” cada día para que le quepan todas las cosas, hasta que saca algo por ellas.
Ayer, lo encontré dando golpes a una chapa metálica que resonaba en el silencio de la noche. Demasiado ruido. Tuve miedo por él. Me dio por pensar que alguien pudiera hacerle daño o que la policía le llamara la atención. A menudo habla sólo, antes no lo hacía, palabras sueltas en árabe que no necesitan traducción. A la hora de dormir, no puedo quitármelo de la cabeza. Todos estamos tan cerca y tan lejos. Siento su frustración y siento la mía propia, mis fracasos, mi impotencia, saltan a mis ojos. Es como quien escucha una música y llora sin saber muy bien por qué, por muchos motivos juntos.
Sé muy bien que podemos hacer tanto por los demás si nos lo proponemos. Lo primero respeto y confianza, lo segundo optimismo que renace de las cenizas de la incomprensión
Y me pregunto: ¿Tiene Zapatero poder suficiente para atacar los problemas de verdad? ¿No se verá atrapado por intereses?
Todavía quiero creer en los demás.
Dentro de la furgoneta de mi amigo el marroquí, se puede ver colgado en el retrovisor un racimo de uvas de plástico. Tal vez sólo quepa decir ahora, “Buenas noches y buena suerte”.
Mi amigo el marroquí.
Llorar de alegría y de tristeza y una cosa me lleva a la otra, en un ir y venir continuo.
Después de escuchar a Zapatero la noche en que se conoció nuestra victoria, comencé a pensar en mi amigo el marroquí.
Las últimas palabras del presidente fueron para los que tienen menos, los más desfavorecidos y que carecen de las necesidades que hoy consideramos básicas.
Sentí una alegría agridulce, de muy dentro.
Conocí a mi amigo en una tienda china, de esas en las que puedes encontrar de todo.
El hombre cogió un racimo de uvas de plástico. En mi afán por descifrar historias que vienen en clave, lo seguí por la tienda. Cruzamos la mirada durante unos segundos. Sus ojos oscuros me trajeron recuerdos antiguos. Mi madre nació en Marruecos, en ese polvoriento Marruecos español que casi nadie recuerda.
Cogí una chuchería cualquiera y al ir a pagar, Él se puso delante en la cola. Puso encima de la mesa lo que quería comprar. La china lo miró de arriba abajo y le dijo que se levantara la chaqueta, que seguro que llevaba algo más y quería llevárselo sin pagar.
Él le enseñó todo y bajo la chaqueta, sólo llevaba una riñonera y dentro bastante dinero para pagar mucho más de lo que había cogido.
Le defendí como pude ante la china cabreada, se disculpó diciendo que estaba harta de que la robasen.
Él me agradeció mucho que lo hubiera defendido y yo le dije que en el fondo éramos casi paisanos. Hablamos de pueblos del Norte de África, de Melilla, del café, del té, de cosas sencillas que los dos compartíamos.
De esto han pasado por lo menos dos años y nos seguimos saludando cuando nos cruzamos. Somos vecinos. Él vive en una furgoneta en el aparcamiento de enfrente de mi piso. A veces me hago la despistada para que no se de cuenta que lo he visto. Busca cosas en los contenedores de basura, hierros, trastos que luego guarda en su furgoneta, juega al “Tetris” cada día para que le quepan todas las cosas, hasta que saca algo por ellas.
Ayer, lo encontré dando golpes a una chapa metálica que resonaba en el silencio de la noche. Demasiado ruido. Tuve miedo por él. Me dio por pensar que alguien pudiera hacerle daño o que la policía le llamara la atención. A menudo habla sólo, antes no lo hacía, palabras sueltas en árabe que no necesitan traducción. A la hora de dormir, no puedo quitármelo de la cabeza. Todos estamos tan cerca y tan lejos. Siento su frustración y siento la mía propia, mis fracasos, mi impotencia, saltan a mis ojos. Es como quien escucha una música y llora sin saber muy bien por qué, por muchos motivos juntos.
Sé muy bien que podemos hacer tanto por los demás si nos lo proponemos. Lo primero respeto y confianza, lo segundo optimismo que renace de las cenizas de la incomprensión
Y me pregunto: ¿Tiene Zapatero poder suficiente para atacar los problemas de verdad? ¿No se verá atrapado por intereses?
Todavía quiero creer en los demás.
Dentro de la furgoneta de mi amigo el marroquí, se puede ver colgado en el retrovisor un racimo de uvas de plástico. Tal vez sólo quepa decir ahora, “Buenas noches y buena suerte”.
2 comentarios:
Tu historia nos revela que hay una MJ dentro tuyo a punto de nacer.
abrazo silencioso
musa
Espero que me de tiempo a despedirme de la vieja, aunque estoy un poco cansada de ella, en el fondo le he cogido cariño.
Un beso mi musa.
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