10.4.09

EL OTRO LADO

Salvador Dalí, Tempus fugit


No sé cuanto tiempo llevaba caminando pegado a la línea del arcén. Su blanco fluorescente se me clavaba en los ojos. Mi cerebero se dividía en dos, justo por el centro. Se cortaba con la suavidad que le corresponde al tacto de una víscera. No era la primera vez que me sentía así. Se había convertido en una costumbre vivir dividido en pedazos.
No sabía lo que había hecho la última noche, pero allí estaba. Rodeado de lo que se podría decir la nada.
No pasaba un solo coche. Incluso el viento se había parado y en el horizonte se dibujaban extrañas flores transparentes hechas de calor.
No podía más. Me senté en un pedrusco que encontré en la cuneta. El sol me atravesaba la nuca gracias a la postura cansina que había tomado mi cabeza.
No sabía donde estaba y tampoco me importaba demasiado. Pero acaso no era eso lo que más deseaba, ir a ninguna parte, perder la noción del tiempo y olvidarme de la lógica.
Debía estar muy lejos, me había deshecho de los últimos vestigios de la ciudad. Sólo mi reloj me recordaba la esclavitud a la que estaba sometido desde hacía tanto tiempo.
Las doce en punto.
Levanté la mirada, apenas algún árbol a lo lejos. Saqué mi libreta y el lápiz de la mochila y me puse a escribir palabras, no paraban de brotar. Era un caudal de sangre lo que se pegaba a las páginas. Rodaban pedazos de sueños mezclados con deseos y obsesisones.
No me importaba nada más. Tan sólo las letras enlazadas unas con otras. Dibujos hechos con frases. El cuerpo de una mujer cubierto de palabras que la acariciaban. Y yo amándola, como si amara a todas las mujeres a la vez , como si amara al deseo mismo.
Las páginas se sucedían una a la otra hasta que conté seis.
Miré el reloj de nuevo, maldita manía. Las agujas no se habían movido ni un milímetro.
De nuevo las doce en punto.
La tierra roja se quebraba , podía oir el sonido de los terrónes rompiéndose bajo mis pies. Golpeé varias veces la esfera del reloj y el minutero empezó a moverse. Parecía como si quisiera acostumbrarse a un nuevo ritmo.
Las nubes pasaban lentas por encima de mí. El lápiz cayó al suelo. Al agacharme a recogerlo me quedé mirando un buen rato una fila de hormigas gigantescas que se dirigían al hormiguero. Estaban cargadas de semillas de cebada.
Las grandes explanadas estaban recien segadas. Tenían un aspecto desolador, de un amarillo salvaje que me atraía.
Las doce y media.
Contínué con la escritura. Cada vez más libre. Me dejaba llevar por el ritmo automático de las palabras. Sentía un suave cosquilleo. No tenía que pensar. Era como si rescatara una historia que ya estuviera escrita. Sólo me ocupaba de transcribirla. Me paré en seco cuando conté seis páginas más. Sentí miedo. La manga de mi camisa tapaba el reloj pero mi curiosidad me empujó a volver a pensar en el tiempo.
Otra vez las doce y media.
El sol no parecía haberse movido. Clavé un trozo de paja en el suelo e hice una marca para indicar la posición de su sombra. Tal vez todo era un transtorno de mi reloj.
Me coloqué como mejor pude y apoyé la libreta entre las piernas. Después se me ocurrió ponerla sobre la piedra a modo de escritorio y seguí escribiendo. Me sentí en la gloria, ya no hacía tanto calor aunque no se movía ni una hoja .
Me paré un momento a comprobar el palito de paja y la marca que había hecho en el suelo, no se había movido, todo continuaba igual.
Zarandeé mi reloj que mantenía sus manecillas en la misma posición.
Las doce y media.
Me parecía una línea perfecta que dividía la esfera en dos partes, puede que el pasado y el presente o el presente y el futuro, qué más dá.
Entonces seguí escribiendo, durante un tiempo incontable. Era como una inercia que me arrastraba a escribir y a escribir en una escritura eterna, sin medida y así sigo, escribiendo. Sólo a veces, me vienen recuerdos de lo que yo llamo el otro lado, como por ejemplo el sabor amargo de las pastillas para dormir.

4 comentarios:

Fogel dijo...

Amigo Yeste, que buen ritmo!!. Me gustó. Me gustó la prosa y el contenido, y me gustó el final. También me gustaría saber que marca de pastillas para dormir son las que usted toma, nesecito un par de frascos...

Un abrazo a las doce y media, en punto

letras de arena dijo...

Querido amigo Fogel, no le aconsejo ninguna pastilla en concreto.Pinta cada pastilla que tengas por casa de un color diferente y espera a saber qué color tiñe mejor tus sueños.
Un abrazo, de su amiga, letras de arena.

La Morsa a la Deriva dijo...

A mí me a veces me pasa eso de quedarme atorado en una hora cualquiera. Es desesperante si sucede, por ejemplo, cuando faltan quince o veinte minutos para salir del trabajo. Solución: cerrar los ojos, apretar fuerte las muelas, dar un salto hacia delante mientras se grita un mantra cualquiera pero pronunciado con convicción. (El mío es “la reputa madre que lo recontraremilparió”, pero cualquier otro puede servir). Es fundamental que el salto sea con ganas: hay que avanzar uno o dos metros en el aire. Después, todo sigue más o menos igual. Habrá, sí, un pequeño desfasaje entre nuestra edad real y nuestra fecha de nacimiento, pero casi que es despreciable y ni vale la pena preocuparse por eso.

Saludos de una Morsa errante

Ricardo Guadalupe dijo...

Cuando uno se pone a escribir el tiempo se parte, ya no hay tiempo ni para dormir. Esa grieta en el tiempo que dibujan las doce y media es la misma que quiebra el cerebro y que separa nuestra necesidad de escribir de todo lo demás.

Me gustó el relato, si hay que tomar pastillas para dormir es para tener sueños como este que luego se puedan escribir.

Te escribo a las doce y media, para mí son siempre las doce y media.

Un abrazo