4.6.09

La bolsa






En la calle dos viejos pasean de la mano. Ella lleva una bolsa . Él se apoya en un bastón. Apenas pasan coches. Los edificios desiguales y maltrechos dibujan sombras siniestras. Un perro ladra a la vieja. El hombre lo mira fijamente y lo desafía. Después el animal se lanza al bastón. Acuden dos perros más pero se mantienen al margen. El hombre suelta de la mano a la mujer y golpea al perro. Sus movimientos todavía tienen fuerza para malherirlo pero se desequilibra y cae al suelo. Ahora son los tres animales los que acechan al viejo. Él intenta incorporarse. Levanta la cabeza y no los pierde de vista, como si con la mirada pudiera controlar su ataque. Una gota de sangre recorre el espacio desde la ceja al labio superior del viejo. El perro también sangra. No pasa nadie por la calle. La mujer no sabe qué hacer, se queda inmóvil sujetando la bolsa, la abraza y la levanta hacia arriba, como si quisiera ponerla a salvo de las fieras.
La vieja mira hacia arriba y reconoce la silueta de un hombre que está asomado a la ventana, distingue el fuego encendido de un cigarrillo en la oscuridad. No puede gritar. Recorre con la mirada todos los bloques. Están llenos de ventanas con párpados cerrados. Oprime la bolsa contra su pecho.
Los perros atacan al hombre, los cuatro cuerpos escuálidos tironean unos de los otros. El viejo aprieta los dientes y como puede, se pone en pie. Golpea a los perros con el bastón. Recuerda la fuerza que empleaba al empuñar el hacha con la que cortaba la leña cuando era joven . Los perros toman forma humana y cantan a su alrededor, se burlan de él. No dejará que le arrebaten lo último que les queda, ellos no podrán, nadie podrá quitarles lo único que tienen, se repite una y otra vez.
La vieja parece que reacciona y le da una patada a uno de los animales que aúlla. Los demás salen corriendo, cansados de luchar y entre quejidos se alejan. Uno de ellos se atraviesa delante de un coche negro, se tambalea, el coche da un frenazo, el perro recupera la marcha y desaparece.
El conductor del coche sale y comienza a increpar a la pareja de ancianos. Les grita y les pregunta si es suyo ese perro. Los viejos niegan con la cabeza. Les dice si es que se dedican por las noches a espantar perros callejeros. Les dice que por qué no se van a su casa y dejan de interrumpir el tráfico. El conductor se sube al coche y se aleja. No viene ningún otro vehículo detrás, ni tiene nadie delante, acelera con fuerza. El ruido se amplifica al chocar con las paredes del barrio.
La mujer coge la bolsa por un extremo y le da el otro al hombre. Ella se ha hecho daño en la pierna y cojea. A él le da igual que le sangre la ceja, ya se secará, prefiere seguir caminando y olvidar, olvidarlo todo.
Pasan un contenedor de basuras y a pocos metros, les para un hombre joven. Lleva una cazadora de piel color marrón y unas gafas de sol a modo de diadema. Se ríe de la pareja de ancianos y les grita que se han pasado el contenedor, que dónde van con esa bolsa. El viejo mueve la cabeza de un lado a otro. La mujer lo mira esperando que sepa salir de la situación. El hombre de la chaqueta de piel les pregunta que qué diablos llevan en la bolsa. El viejo sigue sin hablar. Qué habéis robado viejos, os lo compro, me sobra el dinero, dígame lo que llevan. El viejo niega con la cabeza. Viejo testarudo. El hombre se aleja, cruza la calle y se reúne con una chica rubia que lo besa. Él la abraza y se queda mirando a los viejos. La vieja vuelve a tomar con fuerza la bolsa y sigue andando todo lo deprisa que puede, el viejo la sigue. Ella espera unos segundos al anciano y de nuevo aligera el paso.
Al mirar atrás , ve a otro hombre, al que parece reconocer, les sigue. Lleva un cigarrillo encendido que se ve brillar en la oscuridad, con ese tono rojizo que toma el tabaco ardiendo. Los tres perros aparecen en una bocacalle y se pegan al fumador. Los viejos apresuran el paso, de nuevo comparten la bolsa. El bastón marca el ritmo de lo que parece un desfile.
El chico de la chaqueta de piel se despide de la rubia y se suma al grupo. Ella lo sigue con una mirada interrogante sin que él se de cuenta.
Nadie habla con nadie, todos miran a la bolsa. Los edificios dejan paso a algunos solares. Los árboles se alternan con montones de basura.
El coche negro, que parece estar dando vueltas por el barrio, divisa a la comitiva y la sigue. El conductor abre la ventanilla para no perderse la ruta de la bolsa.
La chica rubia también intenta alcanzarles. Se figura que algo pasa ¿Qué es lo que sigue todo el mundo? Se pregunta. Algo llevan en la bolsa ¿Qué ocultan esos viejos? Todos se hacen la misma pregunta pero nadie pronuncia una sola palabra.
La ciudad va quedando atrás . La fila de hombres, mujeres y perros se hace interminable.
Los viejos cansados de arrastrar la bolsa, se paran y se sientan en un banco desvencijado. El hombre mira a la vieja y le dice en voz baja:
—Ya te dije que nuestro gato, hasta después de muerto, nos quitaría la soledad.

2 comentarios:

José Ignacio García Martín dijo...

Yo es que siempre me he llevado mejor con los animales muertos que con los vivos, ya sabes: gambas a la plancha, conejo al ajillo, cabrito asado...

Que aproveche.

Fogel dijo...

Lograste que se sostenga la tensión hasta la última linea. ¡Un aplauso!
Me gusto el ritmo y la crudeza. Yo hubiera dejado que todos se peleasen entre si por obtener la bolsa, mientras los viejos, sentados a cómoda distancia, se preguntasen el porqué de tanta lucha por conseguir los restos de un gato muerto.

Me encanto. Un abrazo