18.3.09

El afilador

Fernando Orte


Pase usted al patio, estará usted mejor. Cierre, cierre la puerta. Hacía tiempo que no venía ningún afilador por el barrio, deben quedar pocos. Usted siga a lo suyo, siga, siga, no se preocupe. Ya se nota que es usted un profesional, no hay más que ver como maneja las herramientas. Estaba necesitando tanto a un afilador...mis cuchillos ya no cortan y al escuchar su musiquilla, he visto el cielo abierto, me recuerda tanto a mi infancia. Usted no se preocupe afile, afile. En este mundo de hoy en día, los buenos artesanos ya no son considerados, ya no son lo que eran. Hoy todo se hace en serie, es más barato, se ha perdido el encanto, ya ve ... hasta los crímenes, sólo hay que leer los periódicos. Bueno aunque para no llevar yo toda la razón, le diré que toda la vida ha habido crímenes, lo que pasa, es que no se les hacía publicidad, supongo que no nos enterábamos de la mayoría de ellos. Mire, cuando yo era chiquilla me pasaba la vida mirando por la ventana, estuve mucho tiempo enferma. Además era muy tímida, sabe usted, pasaba las horas acodada en el alféizar, sin hablar con nadie. Pero usted, siga que yo le hablo mientras trabaja, dele a la rueda, dele, ya sé que las tijeras están muy viejas, pero seguro que las deja como nuevas, para unas tijeras es como revivir. Pues mire usted, estoy segura que yo fui testigo de un crimen, podría jurarlo, pero ya ve, no pude demostrar nada, en aquellos tiempos nadie parecía querer enterarse de nada. Bueno ni siquiera me escucharon, quien iba a hacer caso de una mocosa de siete años y además estando como estaba, nunca creían nada de lo que yo decía. Desde luego que si hubiera sido hoy en día, mi madre hubiera llamado a una unidad móvil de la tele y hubiera salido en todos los canales. Debe quedarle poco para la jubilación, Será usted uno de los últimos. Perdone si le molesto, es que estoy muy sola, siempre he hablado demasiado, tengo demasiada fantasía, no me mire así, usted siga con su trabajo, a veces hablo conmigo misma, figúrese. Cuando acabe las tijeras, me afila usted este cuchillo, no sé vivir sin un buen cuchillo. Usted seguro que me entiende. Pues como le decía, los sábados por la mañana yo vigilaba a mis vecinos, unos limpiaban el balcón, otros barrían la puerta y María la modista cortaba y cosía ropa sin parar. Hacía unos meses que un afilador llegaba a nuestra calle sobre las nueve, silbando con su flautilla, era un hombre menudo, cojeaba un poco. María le avisaba por la ventana para que subiera a recoger un puñado de cuchillos y un par de tijeras. Cada semana la misma operación. Esta mujer debe tener los cuchillos transparentes de tanto afilarlos y las tijeras de costura darán hasta miedo, me decía yo, que era una ingenua. Siempre se daba prisa en correr las cortinas, en cuanto subía el afilador. Yo estaba muy pendiente, quería saber más, siempre quiero saber más. Yo vigilaba la bicicleta del afilador, ahí sola un buen rato. Uno de esos días, María se olvidó de cerrar la cortina y presencié algo terrible, él la abofeteaba varias veces; yo lo veía como a cámara lenta, estaba tan lejos como para no escuchar nada; luego le clavó un cuchillo en el pecho. Ella cayó fulminada. El afilador cerró las cortinas como un poseso, a veces pienso que me vio. Como una hora después, yo seguía observando, quería verle salir. Mi madre se pasaba toda la mañana comprando, no había nadie en casa a quien le pudiera contar nada y la puerta estaba cerrada con llave, como cada día. No supe qué hacer. Lo vi salir con la cara muy roja, nunca más volvió. Yo pregunté por María, incluso conseguí que me ayudara mi madre haciendo preguntas, pero María había dicho a la gente que pensaba dejar el barrio, que se iba a marchar con su novio, que cuando nos enteráramos de quien era, nos sorprendería y nadie se extrañó de no volverla a ver. Todo quedó en una historia tonta de las mías, una historia de la pobre loca, ya ve usted, pero a mi no pudo engañarme. Yo sinceramente le digo que antiguamente no nos enterábamos de la mitad de las cosas que pasaban. Desde entonces, perdóneme usted, por la parte que le toca, desconfio de los afiladores, no son santo de mi devoción, debo decirle que los odio; pero tengo un problema, no se lo tome a mal, no es cuestión personal, no puedo vivir sin un buen cuchillo afilado, muy afilado, lo suficiente como para matar limpiamente, sin ni siquiera dejarle hablar.

6 comentarios:

Palimp dijo...

Muy bueno. Últimamente te prodigas poco pero cuando lo haces, vaya, merece la pena.

José Ignacio García Martín dijo...

Lo mismo digo. A ver si te prodigas más con tu afilada pluma y tu prosa punzante...

malditas musas dijo...

muy buen ritmo y construcción de la voz narrativa. Bravo, mj!

besos
musa

Fogel dijo...

Afilada pluma, me gusta lo suyo. Prometo volver. Un abrazo.

letras de arena dijo...

Palimp, espero poder recuperar el ritmo pronto. Un abrazo.
Peatón,aunque escriba poco sigo leyendo a mis incondicionales.
Gracias por tus palabras, mi querida Musa.
Fogel, bienvenido, muchas gracias.

BEATRIZ dijo...

uff! que buen final de relato, hasta se me puso la carne de gallina,jeje.

Saludos